sábado, 18 de agosto de 2012

Sobre el reportaje y sus formas dramáticas.

Pero ni mucho menos el hombre vive solo de cine. Más allá de la ficción hay todo un mundo que parece superarla. No pocas veces escuchamos que todo está ya escrito, con razón se afirma esto ya que incluso los filmes de carácter extraordinario parten de un lugar de lo real. 

El medio televisivo puede aportarnos historias de igual o mayor cáliz dramático. Últimamente en las pantallas hispanas está teniendo fuerza el fenómeno de la realidad contada. Los reportajes se han revalorizado, sobre todo en clave viajera o personal, de ahí el éxito de los Comando Actualidad o Callejeros, que con agudas intervenciones nos desvelan a través de un prisma como circula nuestra sociedad. Pero como todo, la difusión acaba por agotar la creatividad. Pasamos de contemplar historias a contemplar anécdotas. Cuando una fórmula funciona esta tiende a distorsionarse. Ya no encontramos la misma fuerza en la narrativa que ha propiciado el éxito de estos programas. Hemos pasado de ver profundos reportajes, casi rozando la sociología, sobre las diferentes barriadas españolas; a ver capítulos que versan sobre temas tan insulsos como: casas con balcones. En términos de producción contemplamos la dificultad de llevar a cabo proyectos de mayores dimensiones, pero sería aconsejable seguir destripando las realidades interiores. El mundo continúa cambiando y la cámara debe ser testigo directo de este cambio. 

A esta astilla, hay que unirle la continúa negación de una figura periodística de consistencia que conduzca todas estas plantillas audiovisuales. Se ha vuelto tras los pasos de la no-ficción, agarrándose de nuevo a la no intervención en el material filmado, reduciendo a cortes de intervenciones todo lo que se ve. Esta supuesta neutralidad en la ejecución es una verdad a medias. El comentario periodístico es absolutamente necesario, los engaños de la transparencia ya nadie se los cree, detrás de cualquier imagen hay una intervención directa tanto del material como de la forma. Tan sólo algunos comunicadores han sabido dar el salto, para caso el aclamado Jordi Évole, a quién no debemos negar el éxito de su serie Salvados.  Pero aun en estas situaciones lo cierto es que se ha pecado más de un protagonismo directo que de una crónica seria de los acontecimientos. El toque provocador está bien hasta cierto punto, si se sobrepasa puede caer en un territorio de lo lastimero, donde los acontecimientos ganan acción solo cuando se ven azuzados por preguntas mamporreras. 

No propongo una solución, de nuevo contemplo ejemplos de lo que he considerado como reportaje a admirar. Jon Sistiaga me ha convencido en forma y contenido, tras lo visto, sin polemizar, ha sido capaz de dar una durísima versión de diferentes hechos mojándose, dejándose la piel en el intento, acción que pocos se atreven a llevar a cabo. Dejo para el visionado unas piezas del magnífico repertorio rodado, en lugares sumamente diferentes pero unidos por problemáticas de atracción, con personajes que rozan lo fantástico y sobre todas las cosas, con un tratamiento nada espectacular y a la vez emocionante.


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